EL VIAJE SAGRADO. UN CAMINO DE ESTRELLAS

El viaje sagrado hace referencia a un arquetipo universal de sanación y transformación. Lee el post y comprenderás por qué las crisis son un portal para tu crecimiento personal.

Andrea Valiente

9/25/20256 min read

¿Alguna vez has sentido que tu vida es un ciclo interminable de automatismos? ¿Que una crisis te obliga a mirar adentro y cuestionar todo?

¿Alguna vez te has preguntado para qué estás aquí y quién eres realmente? ¿Qué sentido tiene la vida?

¿Qué sentido tiene el sufrimiento?

Si es así, bienvenido al viaje universal de transformación personal!!

El viaje sagrado o iniciático, el camino del héroe, la individuación, todo hace referencia al mismo proceso, aquel gracias al cual viajamos adentro para confrontar lo desconocido, integrar aspectos ocultos de nuestra sombra, de nuestro inconsciente, para emerger renovados y con una identidad más rica, auténtica, verdadera, permeable, adaptativa, creativa, etc. Este viaje pasa por atravesar y superar nuestros condicionamientos y cuestionar nuestras creencias acerca de lo que creemos ser.

Si no realizamos este proceso que implica ser capaces de gobernar nuestra mente, nuestras emociones y nuestras acciones, nuestro mundo interno, no podemos construir una realidad que se ajuste a nuestras convicciones y valores más íntimos, no podemos transformar nuestro mundo. Quedando este proceso de maduración interrumpido, es más fácil instalarse en el victimismo, la rebeldía, la dependencia emocional, las adicciones…y reaccionar a través de la rabia, el enfado, la invisibilización o la complacencia.

Para alumbrar al héroe y renacer, a veces es necesario hacer un paréntesis, retirarse, atravesar la noche oscura del alma, tomar ayuda de alguna fuente de conocimiento, guía o terapeuta. Es preciso morir, es decir, soltar las pieles viejas, lo que ya no nos sirve, aflojarnos, desidentificarnos de nuestras identidades falsas; es preciso vaciarnos de lo que creemos ser y saber para poder abrirnos a que llegue nueva información.

A veces es difícil y aparece el miedo, porque en una parte del proceso da la impresión que no hay donde agarrarse, ¿Quién soy si no soy nada de lo que creía ser? Y es que todo lo que creemos ser es efímero y mutable, no es real ni seguro; lo único que es real y seguro es el flujo de vida que pasa a través de ti a cada instante y a esto sí que te puedes agarrar.

Tú ya eres y tú ya existes. Pensamos que necesitamos hacer cosas o mostrarnos de alguna manera para sentir que somos y existimos, porque así lo aprendimos de niños para ser vistos, reconocidos y amados, aunque fuera a costa de desconectarnos de nosotros mismos y perder nuestra esencia. Y está bien, porque esto aseguró nuestra supervivencia; pero hoy, es preciso ver nuestros automatismos y darnos cuenta de que nos pasamos la vida mirando afuera para adivinar que es lo que está demandando el medio, para poder aportarlo y de esta manera llenar nuestro vacío de ser. Y quiero aclarar que me parece muy sano poder ver que es lo que necesita el mundo, tu entorno, tu familia, y aportar lo que estés dispuesto y preparado para dar, pero no desde un lugar neurótico de rellenar a toda costa lo que encuentro vacío porque si no, pierdo el sentido de mi existencia.

La maduración y la transformación personal necesita de una buena dosis de amor, de amor por ti mismo, de aceptación total de lo que eres hoy, de coraje para compartirte y mostrarte tal y como estés. Y esto es transformador. Cuando dejas de alimentar todo lo falso que hay en ti, paulatinamente, van muriendo de inanición algunos aspectos, al mismo tiempo que se va construyendo desde adentro y de manera casi imperceptible, un Yo más integrado, sano y vivo.

Una parte muy importante del proceso se hace con las figuras parentales. El trabajo pasa, en primer lugar, por ver la herida, el daño. Nuestros padres hicieron lo que pudieron; esto es casi siempre así. Yo soy madre y lo puedo atestiguar; cometo muchos errores y doy lo que puedo y tengo para dar. Si no lo hicieron mejor, es porque no supieron; ellos acarrean sus propias heridas y su propio trauma, lo que no quita para que los errores que pudieron cometer pues tuvieron consecuencias en nuestro desarrollo. En algún momento del proceso aparece mucho resentimiento hacia ellos, y es normal. Es preciso ver el daño y sacar el dolor, para que emerja nuestro amor hacia ellos; pero no un amor infantil y dependiente emocionalmente que espera su amor incondicional, sino un amor maduro que es capaz de reconocerles y aceptarles tal y como son y que no pretende cambiarles.

Esta reconciliación con las figuras parentales es necesaria y muy sanadora; ellos son el origen de nuestra creación y el hecho de poder sentir gratitud genuina por todo lo que nos han dado, nos pone en paz con la Vida. Este proceso de sanación con las figuras parentales, pasa por integrar las cualidades maternas (cuidado, receptividad, contención, ternura, intuición) y paternas (estructura, dirección, firmeza, foco, orden) como propias, en lugar de buscarlas externamente. Y esto sucede naturalmente durante el proceso, a medida que podemos sostener y contener nuestros miedos y vacíos y a medida que vamos poniendo orden y estructura internamente, para enfocarnos en nuestro propósito. Al final, es convertirnos en la mejor madre y mejor padre para con nosotros mismos en nuestro proceso. Entonces, primero iluminamos la relación con nuestros padres, al tiempo que vamos rescatando a nuestro niño interior, a nuestra niña herida, y desde este automaternaje/paternaje, pasamos a sentir la conexión con la Madre y Padre divinos.

De la buena sintonía con la Madre, sentimos su protección, sostén, alegría, creatividad, abundancia; del Padre podemos experimentar nuestro potencial ilimitado, inspiración, sabiduría, claridad, fuerza, seguridad y proyección en el mundo de afuera.

En mi experiencia, el proceso de transformación no acaba nunca y no es lineal, sino que progresa en espiral. Me explico para que lo puedas entender mejor. El comienzo del viaje suele ser una crisis o una sacudida que nos saca de nuestra zona de confort; algo de lo que creemos ser ha dejado de funcionarnos.

Y empezamos a explorar por ahí, entonces vamos descubriendo nuestras máscaras, lo que hay de falso en nosotros, todo lo que nos lleva a vivir una vida de autómatas, sin demasiada consciencia de lo que sentimos, necesitamos, o proyectamos. A medida que avanzamos en este desmontar lo falso, van emergiendo nuevos miedos, nuevas creencias limitantes, pero más profundas y arraigadas. Y así volvemos a revisar nuestra historia, pero ahora con algo más de conciencia; digamos, con las corazas más aflojadas. Al comienzo, nuestras defensas, todos los mecanismos que nos protegen del dolor, eran demasiado duras como para poder mirar nuestro interior en profundidad y así tomar consciencia de los impedimentos que nosotros mismos construimos, pero tras primera vuelta, la estructura psíquica se ha vuelto algo más permeable como para profundizar un poquito más.

Imagina que entras en una casa que ha estado mucho tiempo cerrada; seguramente estará sucia de polvo y tendrá algunos bichitos. Si enciendes una luz tenue, podrás ver algo de suciedad, si prendes una luz más potente, la suciedad abarcará más, pero si abres las ventanas completamente y dejas que la luz del Sol penetre e ilumine la casa por dentro, verás la cantidad de polvo que tiene acumulado. Pues el proceso de alumbrar nuestra sombra es igual, a mayor conciencia van apareciendo más asuntos por depurar, limpiar y ordenar. Y la casa sucia y destartalada que era, se va convirtiendo en un lugar agradable donde poder habitar.

Cuando tomamos conciencia de que no somos sólo lo que pensamos y lo que creemos, sino que somos conciencia en acción, la Vida, manifestándose y experimentándose a través del plano físico y denso de nuestro cuerpo, empezamos a responsabilizarnos y a hacemos cargo de lo que pensamos, sentimos y hacemos, y vamos construyendo la realidad que deseamos para nuestra vida.

La transformación incluye necesariamente un componente social y de servicio. Cuando reconocemos nuestra existencia más allá de los límites de nuestro ego, nos hacemos cargo de nuestras necesidades y gobernamos nuestro mundo interior, nos sumergimos en la corriente de la vida, y pasamos a tener la capacidad de estar presentes para otros, pudiendo ofrecer apoyo genuino a nuestra comunidad sin sacrificar nuestro bienestar.

El ser humano moderno, con su pecado original del Olvido de sí, no está en armonía con la Vida; mata, somete y destruye para tener un mayor control sobre la vida, sobre el futuro, porque hemos olvidado que somos la vida aquí y ahora, desplegándose a través de un cuerpo que nos ha sido prestado para servirle como vehículo.

Recuerda que no estás sol@. Tú y yo, como parte de este gran tapiz de la vida, llevamos dentro la semilla de esa transformación que anhelamos. No se trata de llegar a un destino perfecto, sino de abrazar cada espiral con gentileza, soltando lo viejo para que lo nuevo florezca, para convertimos en guardianes de nuestra propia esencia. Y desde ahí, surge la esperanza verdadera que nos susurra que, sí, es posible vivir en paz con nosotros mismos y con el mundo.

¡¡Que cada crisis la podamos vivir como una invitación a renacer!

Más auténticos, más conectados. Te invito a dar ese primer paso hoy.

Escucha la voz de dentro y permite que el flujo de la vida te guíe.

Porque en el fondo, ya eres todo lo que necesitas ser.

Un abrazo!!